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Cuarta parte: El juego de los espejos 6 страница



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—Sólo son tres tes, tres tes, tres tes... —repite Néstor, con la reiteración infantil de los momentos desesperados—. Bendita bruja, madame Longstaffe, tú lo dijiste muy claramente: mi hora aún no ha llegado, de modo que puedo estar seguro de que saldré de ésta; aguanta un poco más, viejo, sólo un poco más, la puerta se abrirá, coraje.

En ese mismo momento, Néstor Chaffino escucha el sonido salvador, clac.

¿Ves?, ya te dije que todo acabaría bien. Madame Longstaffe puede ser una bruja tramposa, pero hasta las profecías tramposas tienen sus leyes, y aquí faltaba una infamia.

No tengo ni un músculo que no esté congelado —piensa el cocinero al oír cómo la puerta comienza a abrirse—. Santa Madonna de los Donados, santa Gemma y don Bosco, no puedo mover un dedo, pero la cabeza me funciona a la perfección. Ya está, ya pasó todo. Clac, y otra vez clac.

Menos mal, justo cuando el frío me hacía pensar (y temer) más estupideces que nunca.

 

Unidad 4 (Capítulo 4)

I. Gramática:

1. a) Determine el tipo de la oración subordinada y ponga la forma correcta del verbo:

1. Adela Teldi se ha jurado que, en cuanto (estar)................... a solas con Carlos, le contará al muchacho todo lo sucedido en Buenos Aires para que lo (saber)..................... por ella y no a través de Néstor;

2. Néstor Chaffino no iba a revelar un pequeño secreto de Serafín Tous no porque (conocerse)...................... en el Nuevo Bachelino, sino porque el jamás revelaría lo que (ver)................... en el negocio de un colega;

3. El reloj de Serafín Tous no tenía esfera luminosa, de ahí que ni siquiera un punto fosforescente (marcar)...................... el sendero de los pasos del magistrado en la oscuridad de Las Lilas;

4. El reloj de Adela no podía ser testigo de sus paseos nocturnos. Sin embargo, si no lo (dejar)....................... sobre la mesilla de noche, la esfera luminosa (poder).................... ver cómo Adela atravesó el rellano desde la habitación de Carlos hasta la Néstor;

5. Chloe cerró la puerta no porque (querer) ...................... matar a Néstor, sino porque no quería que Eddie (desaparecer)........................ tan pronto.

 

2. Traduzca al español las frases siguientes, utilizando las perífrasis verbales adecuadas:

В половине четвертого утра гости начали разъезжаться. Постепенно огни гасли, голоса стихали. На кухне не было никого, кроме Нестора, который, наверное, считал себя единственным в доме, кто еще не спал.

В это время в своей спальне не мог заснуть и сеньор Тельди. Он не переставал думать о том, что должен избавиться от болтливого повара как можно раньше. Поскольку Эрнесто уже продумал возможные варианты его исчезновения, он решил не ждать следующего дня.

Той же ночью Аделу Тельди одолевали разные мысли. Она все еще сомневалась, стоило ли раскрывать Карлосу ее маленькую тайну. Но, в конце концов, она решила, что лучше оставить все как есть. Теперь Аделе нужно было любой ценой заставить Нестора молчать.

Так и не сумев заснуть, Серафин Тоус решил встать с постели. Не раздумывая, он решительно направился туда, где, вероятно, находилась комната Нестора.

 

II. Vocabulario

1. Traduzca al ruso las palabras y invente las frases con ellas:

A solas

Recapacitar

Disuadir

A tientas

Codearse

Desvanecer

 

2. Relacione la palabra del texto con su definición:

a. Relacionarse de igual a igual una persona con otra;

b. Moverse en la oscuridad, guiándose con el tacto;

c. Quitar de la vista, desaparecer o disiparse;

d. Sin ayuda ni compañía de alguien;

e. Inducir a uno a desistir de una idea o propósito de hacer algo;

f. Reconsiderar o reflexionar sobre ciertas cuestiones.

 

3. Rellene los huecos con la palabra del vocabulario:

1) Se fue la luz y tuvo que buscar la linterna .....................;

2) Con esos argumentos no conseguirás ...................le de que tomara tal decisión;

3) Se ha acostumbrado a ....................sólo con la gente rica y influyente;

4) Creen que si después de la salida del sol la niebla....................... pronto, dentro de poco tiempo hará buen tiempo;

5) Tiene una costumbre de .....................con todo detalle antes de actuar;

6) Nunca se atreve a pasear por el parque....................de noche.

 

4. a)¿Cuál es el significado de las expresiones siguientes?

ü Conciliar el sueño;

ü Tomar el pelo a uno.

 

b) Recuerde los fragmentos del texto donde se utilizan esas expresiones y dé sus propios ejemplos adecuados donde esas expresiones sean oportunas.

 

III. Contenido y análisis

1. Conteste a las preguntas:

1.¿ Por qué le gustaba a Néstor disfrutar de los momentos de soledad después de sus triunfos culinarios?

2.¿En qué estaban pensando los protagonistas después de la fiesta en Las Lilas?

3. ¿Por qué Adela tenía tantas ganas de hablar con Néstor?

4. En ese capítulo la autora alterna las descripciones de Néstor Chaffino con otros personajes. ¿Para qué utiliza ese truco?

5. ¿Para qué Chloe bajó a la cocina?

 

2. Discuta lo siguiente:

ü ¿Ustedes comparten la opinión del señor Teldi que “no es prudente dejar para mañana asuntos que pueden resolverse hoy”?

ü En este capítulo cabe destacar la imagen del reloj. ¿Qué importancia tiene para cada protagonista? Quizá, sea un símbolo de....

ü En ese capítulo Adela Teldi, reflexionando sobre el amor, dijo que “sería más sensato no ponerlo a prueba con confesiones ni secretos”. ¿Qué piensa usted? ¿Comparte el punto de vista de la protagonista?

3. Enumere los recursos estilísticos y explique el fin de su uso:

ü ¡Ah, la perfecta textura de mi ensalada de bogavante! —se recrea Néstor—, estaba justo en su punto:ni muy caliente ni muy fría, ni muy dura ni muy blanda; no había más que espiar desde la puerta los suaves movimientos del bigote de Ernesto Teldi para constatar que era inmejorable;

ü Tengo que hablar con ese cocinero, comprarlo si es necesario, suplicarle si hace falta... No te queda más remedio, querida —se dice y sonríe—, tienes que disuadirlo de cualquier forma y a cualquier precio, porque las viejas como tú son como los náufragos, no pueden permitir que nadie les arrebate el último tablón de salvamento;

ü Los números fosforescentes del reloj despertador de Serafín Tous caen implacables, como las gotas de agua en un refinado martirio chino, como las hojas de un calendario que inexorables recuerdan el paso del tiempo y la llegada del temible día de mañana;

ü ....en vez de Eddie, el duermevela sólo le ofrece una ensoñación en la que se mezclan el recuerdo de la libreta de hule que Néstor siempre esconde en el bolsillo de su chaqueta de chef con el sabor delicioso de las trufas de chocolate;

ü ....de manera que cuando la luz del jardín barre con su foco las ventanas del ático, tres caras se miran atónitas, y las gargantas de Adela, Ernesto Teldi y Serafín Tous, como un coro sorprendido y desafinado, preguntan al unísono.

 

Capítulo 5. Un rayo de sol sobre la mortaja de Néstor Chaffino

Tarea: Lee el texto del capítulo y apunta las palabras y expresiones clave para hacer el resumen de lo leído

 

Un maravilloso accidente —piensa Ernesto Teldi—, a solas en su habitación de Las Lilas. Han pasado varias horas desde que todos los habitantes de la casa se encontraron en la cocina tras descubrirse el cadáver de Néstor. También ha pasado tiempo suficiente para que la policía local haya hablado con cada uno de los presentes, después de investigar las huellas dactilares que había en la puerta de la Westinghouse. Y como era de esperar, no encontraron nada (o demasiado, según se mire), pues sobre la cámara había innumerables huellas: primero las del propio Néstor, con un leve perfume a chocolate; luego las de Carlos, las de Karel y las de Chloe (muy abundantes) y por fin, aunque en menor cantidad, descubrieron también diversas huellas de Adela, de Serafín y de Ernesto. «Es lo normal en estos casos» —descartó el inspector con una anotación rápida en su cuaderno de informes.

—Todos ustedes estuvieron ayer en la cocina. Ahora queda por saber si acaso alguno de los presentes vio algo sospechoso que merezca la pena mencionar en esta investigación.

Pero no hubo respuesta, porque lo único que podría haber levantado sospechas, es decir, la hoja de papel arrancada de la mano de Néstor, en la que se leía:

especialmente delicioso de café capuchi

bién admite baño de mousse con frambue

lo cual evita que el merengu

no es lo mismo que chocolate helado

sino limón frappé

 

dormía un bendito sueño entre las páginas del manual de cocina de Néstor, mientras que Karel, el único entre los vivos capaz de recordar el dato y relacionarlo con su amigo muerto, no piensa en enigmas, sino que se entretiene en admirar qué serena y bella parece la cara de Chloe esta mañana. Tiene un aire más adulto, tanto que esa camiseta punk con la inscripción Pierce my tongue, don't pierce my heart que acaba de ponerse es como si ya no le perteneciera.

Una vez acabada la investigación, la cocina volvió a quedar vacía. Hace un buen rato ya que el inspector y el juez de guardia han resuelto que la muerte se debió a un accidente doméstico, un lamentable descuido. «Por tanto no hay nada más que hacer aquí, que se lleven al difunto.» Y ahora Teldi, asomado a la ventana de su habitación, puede ver cómo un sol demasiado fuerte para finales de marzo se refleja en esa especie de mortaja de plástico dorado que ahora se utiliza para trasladar cadáveres. Teldi ve avanzar la mortaja hacia la puerta del jardín, conducida en una camilla por dos tipos con batas verdes. A los pies del muerto (¿o será quizá sobre la cara del cocinero?) alguien ha colocado unas flores que Ernesto Teldi ordenó cortar del jardín para que acompañen sus restos. Un gesto de amabilidad por parte de un empleador exquisito, pensaría un observador ingenuo y, en realidad, no estaría desencaminado. Porque Teldi ha mandado hacer un ramo de flores para Néstor, no exactamente por amabilidad, sino por elegancia: un enemigo que huye o, mejor aún, que tiene la enorme gentileza de morirse justo antes de que uno lo mate merece, como mínimo, este tributo —piensa Teldi.

Rosas, glicinas, petunias... un ramo poco pretencioso pero bello —se dice al ver cómo cabecean las flores sobre el cadáver de su enemigo—. Laescena lo conmueve pues tiene un toque de grandeza que inmediatamente remite a Teldi a sus más hermosas obras de arte y, muy especialmente, a su última adquisición.

Entonces el coleccionista se aparta un poco de la ventana mientras saca de su bolsillo el billete de amor que ha comprado la noche anterior a monsieur Pitou. Lo mira. No hay duda: la letra es inconfundiblemente la de Oscar Wilde, su firma, su extraña forma de hacer las ces, todo está ahí, claro como la luz del día. ¿Cómo pude creer, ni por un momento, que era falso? —piensa ahora con genuina sorpresa—. Porque una vez muerto Néstor, Ernesto Teldi apenas es capaz de recordar el inexplicable ataque de inseguridad, tan contrario a su forma de ser, que lo asaltó la noche anterior y que le había hecho temer que sus colegas intentaran engañarlo. Engañarlo a él, qué disparate, ¿quién iba atreverse? Teldi era y seguiría siendo hasta el fin de sus días un coleccionista reputado, alguien incuestionable... Su inseguridad de la noche anterior ahora le parece muy lejana, tan lejana como la amenaza de que su reputación se hubiera visto en peligro por la presencia de ese cocinero que ahora yace dentro de una mortaja de plástico dorado. Todo aquello, sus temores, sus sudores fríos, incluso las ideas terribles que habían pasado por su cabeza en tan pocas horas, le parecían ya una pesadilla antigua. Tan antigua e inofensiva como los gritos que poblaban sus sueños.

Qué manera tan conveniente de solucionarse todo —sonríe Teldi—. Si creyera en instancias superiores pensaría que había recibido la ayuda de algún dios burlón con un encomiable sentido de la estética. Pero Ernesto Teldi no cree en dioses, ni siquiera en los burlones con sentido estetico, sólo cree en sí mismo, y por eso ha mandado un ramo de flores al difunto, para congratularle —para congratularse— por tan feliz (y razonable) desenlace.

Ya se aleja la mortuoria comitiva camino de la puerta de Las Lilas, y Ernesto Teldi guarda la carta de Oscar Wilde otra vez en su bolsillo y la acuna allí, con un golpecito suave. La vida continúa y se presenta muy agradable: mañana tiene que volar a Suiza para una reunión de coleccionistas en casa de los Thyssen; la semana que viene lo esperan en Londres para una difícil tasación en la que todos confían en su criterio; el mes que viene la Fundación Gulbenkian le ofrece un pequeño homenaje muy merecido. La vida es bella —se dice Ernesto en una irresistible concesión a la cursilería, y está tan absorto en sus lucubraciones, que en un primer momento no oye que alguien llama a la puerta.

—Abajo hay un hombre que desea verle —dice Karel Pligh una vez que el coleccionista ha acudido a abrir.

Pero la mente de Teldi viaja por deliciosos proyectos y bonanzas, de modo que, por encima de la cabeza del muchacho, aún aprovecha para detenerse en comprobar el agradable ambiente que se respira en la escalera de Las Lilas. Y es verdad que todo resulta encantador, pues un suave aroma de lavanda se enrosca en las cortinas, mientras que las paredes amarillas son el fondo ideal para los hermosos bodegones que se alinean en el rellano. Perfecto, todo perfecto.

—¿De quién se trata, chico? —pregunta, volviendo por un momento, vaya lata, a los asuntos terrenales—. No me digas que han venido más policías; estoy harto de milicos.

Pero Karel Pligh explica que no cree que se trate de un policía.

—Es un caballero de unos sesenta años, un hombre corriente, señor Teldi, e insiste en que quiere verlo hoy mismo. Claro que yo no estaba dispuesto a dejarlo entrar así como así, y le he dicho que espere en la puerta. Entonces él ha escrito una nota con mucha dificultad, porque tiene todos los dedos torcidos, y me ha dicho que estaba seguro de que cuando usted la leyera lo recibiría inmediatamente.

Karel, que desconoce las refinadas costumbres de Teldi, no ha utilizado una bandejita de correspondencia para entregar la nota del desconocido; se la da en mano, con unas uñas no todo lo aseadas que el coleccionista habría deseado. Pero Ernesto no repara en estos detalles, como tampoco ha prestado atención a los datos que Karel le ha dado sobre la apariencia del desconocido, porque al mirar la tarjeta Ernesto Teldi no alcanza a leer su contenido, sino que se maravilla al observar cómo, desde ese cartoncito, lo miran unas letras verdes e irregulares que parecen una hilera de cotorras sobre un alambre.

Las habitaciones de Carlos y Adela en la casa de Las Lilas están, y no casualmente, justo una sobre la otra. Sin embargo, los muros y el techo son tan gruesos que no permiten oír, ni siquiera adivinar, lo que ocurre en la otra habitación; si así fuera. Adela y Carlos se sorprenderían al comprobar cómo esa mañana, mientras el cuerpo de Néstor cruzaba por última vez el portón de Las Lilas, ellos se movían en sus respectivos cuartos de forma simétrica, como dos bailarines interpretando la misma pieza.

Por eso, ambos se asomaron a la ventana para dar el último adiós al cocinero y más tarde se apoyaron, pensativos, en el antepecho. Los actos eran los mismos, pero el impulso que los movía, bien distinto: pena, en el caso de Carlos; alivio —agradecimiento casi—, en el de Adela.

De pronto, un rayo de sol trae a Adela Teldi el resplandor de la bolsa metálica en la que se llevan al muerto, y es tan hiriente su luz que tiene que retirar la cara. Míralo bien, Adela —se ordena—, no apartes la vista: allá va el último obstáculo para tu felicidad; míralo con la misma intensidad que empleaste hace un rato en la cocina para examinar su rostro inerte y comprobar que sus labios ya nunca hablarán, para cerciorarte de que sus ojos jamás serán testigos de tu locura de amor. Para bien o para mal, querida, eres libre: ese cerebro congelado e inútil ya no supone ningún peligro, pues los secretos, por muy terribles que sean, mueren cuando mueren sus testigos. Por eso míralo. Adela, y agradece a tu buena estrella. La vida comienza hoy.

«Adiós, amigo», piensa Carlos, en su ventana del ático, al ver cómo se aleja la mortaja brillante con un cuerpo que, una vez, fue Néstor Chaffino. Que fue, pero que ya no es, porque los cadáveres de los amigos jamás se parecen al amigo desaparecido, mientras que todos los cadáveres son idénticos entre sí. Eso es lo que había descubierto Carlos aquella mañana al observar el rostro de su amigo, y luego, a medida que pasaban las horas, pudo comprobar otras transformaciones que corroboraban su teoría sobre la metamorfosis de los cadáveres: al cabo de un rato, ni siquiera era capaz de reconocer a Néstor en aquel despojo gris, cuya cabeza parecía haber menguado como si la muerte fuera un jíbaro demasiado diligente. Por eso, porque aquella máscara desgraciada le era desconocida, Carlos había preferido no darle un último abrazo. Desde la muerte de su padre sabía que para que pervivan los recuerdos es preferible no confrontarlos con la escena final de una vida; es mejor mirar a los muertos lo menos posible, porque los ojos son testigos tercos, y aquellos que han pasado horas contemplando la cara yerta de un ser querido, tienen la mala costumbre de reproducir esta imagen sobre los recuerdos más gratos; una mortaja dorada, en cambio, es anónima y puede homenajearse sin peligro. Adiós Néstor, adiós amigo. Y ahora perdona, tengo que empezar a recoger mis cosas.

Entre la muerte y la vida media tan sólo el peso de lo cotidiano, y Carlos se retira de la ventana para hacer el equipaje. Mira a su alrededor, observa su habitación, la misma que ha compartido con Adela la noche anterior, y no le parece que aquel territorio sea suyo, ¿pero por qué habría de serlo? Un par de camisas, un uniforme de camarero y unos pantalones vaqueros es lo único que le pertenece, incluso los enseres que hay sobre la mesilla de noche no son suyos, sino de ella. Sentado sobre su cama deshecha, Carlos alarga la mano para hacerse con el reloj de pulsera que Adela ha olvidado y se lo acerca a los labios, porque los objetos de los amantes son los mejores cómplices de una pasión y los más fieles, sin duda, más incluso que sus dueños: tic-tac, todo saldrá bien, dice ese mecanismo que late como un corazón, tic-tac. Carlos lo deposita otra vez en su sitio: sí, todo saldrá bien.

A continuación sus dedos se encuentran con el camafeo verde que Adela tampoco ha recogido anoche y que Carlos no había visto hasta ese momento, porque estaba semioculto por otros objetos sin importancia. Es hermoso, es de ella, pero algo extraño impide que Carlos lo bese, tal vez porque los camafeos no laten como los corazones.

Todo esto dejaré atrás dentro de unas horas —piensa ella, sentada también sobre su cama deshecha, junto a una vieja caja de madera que acaba de sacar del armario y que ahora abre—. Adela no es romántica. A lo largo de su vida ha tenido buen cuidado de no dar alas al lado sensiblero del amor; es tanto más sensato así, se sufre menos. Por eso, hace años que no revisa el contenido de aquella caja en la que ha ido guardando sin concierto cartas, reliquias, palabras dulces, declaraciones de amor, fotos... los recuerdos de muchos años. Adela prefiere no mirarlos, pues cada uno representa un trozo de vida que ya se ha ido y le recuerda que los años han pasado, como también ha pasado la belleza, de modo que ella ya no es la mujer que inspiró tantas palabras hermosas. Hermosas y muertas. Adela. Sólo el futuro nos pertenece, ama mientras puedas. Pero antes...

Antes de dejarlo todo atrás, su casa de Las Lilas y sus recuerdos, Adela debe cumplir un último trámite con su pasado: sentarse a la mesita que hay frente a la ventana y escribir una carta de adiós a su marido. Decimonónico como procedimiento, cobarde también, aunque sin duda es la mejor solución. De acuerdo con un código matrimonial no escrito, pero muchas veces ratificado por la experiencia, tanto Adela como Ernesto habían procurado evitarse escenas sentimentales, sobre todo las incómodas y detestables como las que anuncian una deserción después de veintitantos años de convivencia cómoda, de modo que escribe

Las Lilas, 29 de marzo

Querido Ernesto:

 

(Aquí una pausa, Adela necesita encontrar las palabras más adecuadas.)

 

Carlos, en cambio, no tiene cartas difíciles que redactar, ni recuerdos de los que despedirse; son reliquias del presente las que acaparan su atención, como los objetos olvidados por Adela la noche pasada. ¿Qué hacer con aquello? ¿Será prudente guardarlos en la maleta con su ropa?, ¿llevárselos él? Ambos han acordado no viajar juntos: ya se encontrarán más adelante en Madrid cuando pasen unos días de prudente tregua. Sería hermoso que el reencuentro tenga como escenario el hotel Fénix, para que todo continúe exactamente donde empezó. Carlos mira su reloj y luego el de Adela, hay cinco minutos de diferencia entre uno y otro; sin duda el de ella lleva la hora correcta. Se hace tarde, recoge los últimos objetos que han quedado dispersos y, por fin, el camafeo.

 

Las Lilas, 29 de marzo

Querido Ernesto:

No sé ni cómo empezar esta carta, sin duda pensarás que estoy loca, o peor aún, que al final he resultado ser tan imbécil como esas mujeres ilusas y románticas de las que siempre nos hemos reído tanto.

Adela vuelve a detenerse, un temor supersticioso la hace prestar atención a sus pulgares, a ese síntoma de bruja Hécate que siempre le advierte de cuándo está a punto de suceder algo negativo, pero sus manos están serenas. Tranquilízate, todo va bien, el cocinero ha muerto, ya no hay nadie que pueda revolver en tu pasado.

Al recoger el camafeo y guardarlo en un bolsillo, Carlos García piensa que, desde que lo descubrió prendido en el hombro de Adela hasta ahora, no había vuelto a inquietarse por esa joya; pero era lógico que no se hubiera acordado de ella, habían sucedido tantas y tan terribles cosas. Antes de guardarlo, lo envuelve en su pañuelo, tiene un brillo raro, pero un brillo no tiene por qué indicar algo negativo, piensa. Y además, gracias a este camafeo, hoy, o quizá dentro de unos días, cuando se reúnan ya para siempre en el hotel Fénix, podrá saber de la propia Adela qué hermosa relación los une desde mucho antes de que se conocieran. «Cuéntame de dónde sacaste esta joya y yo te contaré una historia que te parecerá increíble», planea decirle y, sin duda, los dos se reirán mucho al saber qué extraños hilos los tenían predestinados desde hace años. Porque aun suponiendo que el camafeo de Adela no sea el mismo que el de la muchacha del cuadro —se dice ahora Carlos—, la coincidencia es tan rara que no habrá más remedio que creer en las profecías de madame Longstaffe. Pero el camafeo es el mismo, no puede ser otro, estoy seguro.

Como si sintieran el peligro, los dedos de Adela Teldi acaban de encogerse sobre la pluma con un extraño picor. By the pricking of my thumbs, something wicked this way comes, escribe sin darse cuenta en la carta dirigida a Teldi, y tiene que tacharlo, porque eso no guarda relación alguna con lo que quiere decirle a su marido. Vamos, Adela, descarta de una vez estos presagios estúpidos, así nunca terminarás, y se hace tarde.

...El pelo rubio de Adela, que se parece tanto al de Abuela Teresa, la casa de Almagro 38 y Las Lilas, tan iguales, un retrato guardado en un armario durante años, los ojos azules de la muchacha, que no pueden ser más que los de Adela... Carlos ha escondido el camafeo en lo más hondo de un bolsillo, pero no consigue dejar de pensar en él. Ya ha recogido todas sus cosas, camina por el rellano, pasa por delante de la habitación de Néstor y, ante la puerta (adiós, adiós amigo), las ideas que le preocupan se vuelven preguntas: ¿por qué el cuadro de Adela había sido desterrado del cuarto amarillo?, ¿por qué Abuela Teresa no dejaba entrar a su padre en Almagro 38?, ¿por qué Soledad, su madre, había muerto precisamente en Buenos Aires? y ¿por qué él no había reconocido en Adela a la muchacha del cuadro, a pesar de haberla buscado siempre en todas las mujeres?

Something wicked this way comes... Ahora que Carlos ha abandonado su habitación. Adela puede oírlo caminar por el rellano del ático. Y lo que oye son unos pasos jóvenes, curiosos, que están llenos de preguntas peligrosas: ¿quién es esta mujer?, ¿qué pasó?, ¿dónde sucedió todo?, ¿cuándo fue? Naturalmente, Adela no es capaz de descifrar lo que preguntan los pasos, ni siquiera lo sospecha, pero sí lo saben sus dedos de Hécate, cuyo picor ahora se ha vuelto doloroso, y así continúa hasta que de pronto las pisadas en el ático se detienen. ¿Quién eres?, ¿por qué?, ¿cómo sucedió?, gritan las preguntas que sólo los dedos de Hécate oyen, mientras su dueña trata de adivinar qué es lo que ha hecho detener a esos pasos que parecían tan decididos, tan peligrosos también.

Como Adela Teldi no posee los extraordinarios poderes de madame Longstaffe, que tan útiles le resultarían para comprender esta escena, nunca llegará a saber que, justamente al cruzar delante de la puerta de la habitación que había sido de Néstor, Carlos, por sobre todas las sospechas que se entreveraban en su cabeza, y que eran cada vez más apremiantes, de pronto había logrado hacer hueco a una frase que su amigo había pronunciado la tarde anterior. Una que ya le había venido a la cabeza la primera vez que vio a Adela luciendo esa joya vinculada a su pasado en el salón de Las Lilas: «Alguna vez te darás cuenta, cazzo Carlitos —recordó el muchacho como si el mismísimo Néstor Chaffino estuviera dictándosela al oído—, de que, a veces, en la vida, es mejor no hacer preguntas, sobre todo cuando uno sospecha que no va a convenirle conocer la respuesta.»



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