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Cuarta parte: El juego de los espejos 7 страница



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... Adiós pues, Ernesto, no espero que me comprendas, es­criben ahora con toda facilidad los dedos de Adela, pues de ellos ha desaparecido de pronto todo rastro de presa­gio, hasta tal punto que la pluma vuela, terminando la muy convencional y burguesa carta de despedida a su marido: ...lo siento, créeme, no me arrepiento de nada de lo que hemos compartido en todos estos años y espero que tú tam­poco. Te deseo lo mejor y ahora me despido con... Al terminar esta frase, Adela levanta la cabeza, como en un gesto de desafío, mira por la ventana, pero sus ojos son tan mio­pes que no llegan a ver algo que cae desde el piso de arri­ba.

Por eso Adela, que está dispuesta a marcharse deján­dolo todo, nunca sabrá que ese día, desde la habitación de Néstor, Carlos prefirió deshacerse del camafeo verde para que su esfera brillante, llena de preguntas inconve­nientes, desapareciera entre los distintos verdes que for­man el jardín de Las Lilas.

Y ahí está aún, entre las ramas, por si alguien desea comprobar la veracidad de esta historia.

 

Serafín Tous también ha visto marchar el cadáver de Néstor desde su ventana, pero no mandó cortar flores, como había hecho Ernesto Teldi, ni se recreó en ver bri­llar el sol sobre la dorada mortaja, como hicieron tanto Adela como Carlos. En realidad, este pacífico magistra­do prefería no enterarse de lo que sucedía en el jardín, pues estaba muy ocupado en hacer la maleta. Serafín Tous piensa marcharse hoy mismo; bonita casa Las Lilas, pero no es exactamente el decorado en el que él desea permanecer; demasiados recuerdos incómodos rondan aún por allí.

Con todo esmero, el caballero comienza a doblar su ropa, empezando por los pantalones, tal como le había enseñado su difunta esposa, para que estuvieran impe­cables al llegar a casa. Los descuelga de sus perchas, ve­rifica la rectitud de las perneras y luego procede a guar­darlos: los azules sobre los grises, y sobre los grises los beige. Pero al doblar estos últimos, se da cuenta de que a la altura de la entrepierna aún puede verse una cons­picua mancha de jerez, producto de su sobresalto al des­cubrir la presencia de Néstor en la terraza de Las Lilas la tarde anterior. Un tonto accidente doméstico, nada de importancia y, sin embargo, qué oportunos pueden re­sultar algunos de estos accidentes —se dice—, porque ahora Serafín Tous no está pensando en el pequeño per­cance ocurrido en la terraza, sino en otro accidente do­méstico mucho mayor y muy afortunado: el que la puer­ta de la cámara de congelación se cerrara de pronto de­jando dentro a ese desagradable cocinero. Y en el momento ideal, además —opina Serafín—, y luego se dice que el hecho de que alguien se quede encerrado en una nevera es una gran desgracia doméstica, qué duda cabe, pero a veces dan ganas de gritar: que Dios bendiga las desgracias domésticas.

Serafín Tous procede ahora a recoger las camisas. Primero las guarda en unas fundas muy prácticas y mas­culinas que también son idea de su difunta esposa y, a continuación, alisa las fundas en el fondo de la maleta: así, muy bien, Nora habría estado orgullosa. Los acci­dentes domésticos —insiste Serafín, al que empieza a resultarle muy reconfortante esta línea de pensamiento— son imprevisibles. Además, ocurren con gran frecuencia, mucho más de lo que la gente imagina, y los hay de todo tipo: percances grandes, pequeños, desgraciados, mu­chas veces son incluso ridículos, porque ¿quién está a sal­vo de electrocutarse con el tostador o de que un día se le incendie una sartén llena de buñuelos, por ejemplo? Na­die, realmente nadie. Y, sin embargo, Serafín Tous, al re­crearse ahora en la visión de sus perfectas camisas, sien­te un estremecimiento de placer como si, al contemplarlas tan ordenadas, hubiera hecho un descubrimiento. De pronto se da cuenta —o cree darse cuenta— de que el percance que lo ha librado para siempre del cocinero tiene un componente distinto a otros accidentes. ¿Cómo explicarlo? Serafín no sabe expresarlo bien; la forma en que sucedió, el lugar del accidente, las circunstancias... todo tiene algo de incomprensiblemente casero y afable, muy maternal, podría decirse. Sí, eso es.

El pacífico magistrado se detiene ahora en contar cinco pares de calcetines, todos doblados sobre sí mis­mos, cada uno con una discretísima etiqueta en la que puede leerse el nombre de su propietario, bordado en letra inglesa: Serafín Tous en azul marino, Serafín Tous en negro, Serafín Tous en rojo sangre; se trata de otra idea muy pragmática de su esposa, para que jamás se mezclen los pares al lavarse ni se le pierdan en los hote­les. Y es que Nora tenía, además de otras mucha virtudes, un perfecto dominio de lo doméstico —piensa orgullo­so—. No había mancha que se le resistiera, ni percance casero que no resolviera con inusitada pericia. A Serafín le encantaba verla dirigiendo esas maniobras invisibles pero indispensables que logran convertir en idílica la vida conyugal. Con Nora todo parecía funcionar solo en la casa; su perfecta organización, en la que no faltaba un detalle, la comida en su punto y deliciosa, sin que, en apariencia, mediara esfuerzo alguno: nunca hubo en la casa un desagradable olor a cocina, nunca un objeto fue­ra de lugar, porque Nora tenía la rara virtud de no ha­cerse notar. Es ahora cuando te haces notar realmente, querida —dice el marido a la esposa—, ahora que me faltas, tesoro, porque es mucho más grande el vacío de aquellos que invisiblemente nos han hecho la vida agra­dable que el que dejan otros individuos bullangueros y conspicuos, tontos ruidosos.

Serafín Tous ha entrado en el cuarto de baño para recoger sus objetos de aseo, y es a medida que va guar­dando todo —la maquinilla de afeitar impecablemente limpia, el tubo de pasta de dientes enrollado tal como lo hacía Nora para que él no tuviera que tomarse la mo­lestia— cuando una idea empieza a tomar cuerpo. Se le ocurre pensar otra vez en lo perfectamente casera y lim­pia que ha sido la forma de solucionarse todos sus pro­blemas. Casera y a la vez muy práctica —se dice—, es como si en todo lo sucedido hubiera mediado una mano femenina o, mejor aún, una delicada mano fantasmal, porque este accidente tiene algo que le recuerda a Nora. Entonces, al guardar la maquinilla y los otros utensilios de aseo, Serafín Tous se pregunta si las almas del Más Allá tendrán la potestad de cerrar las puertas de las cá­maras frigoríficas terrenales, y al responderse que sí, no puede por menos que exclamar en voz alta:

—Entonces fuiste tú, Nora, ¿verdad, tesoro mío?

 

En el mismo momento en que el cadáver de Néstor Chaffino abandona la casa de Las Lilas y atraviesa el jar­dín, Chloe, igual que una niña aplicada, se encuentra frente a la ventana, ante un improvisado pupitre, como si se dispusiera a anotar lo que ve desde allí, igual que un notario. Una libreta negra de tapas de hule está abierta a su izquierda, y en la mano tiene un lápiz que se lleva a los labios de vez en cuando y que ahora mantiene en alto como si pensara en algo muy difícil.

Si en este momento un observador de las conductas humanas la estuviera mirando a través de los ventanales, podría ver cómo, tras esa mesa de trabajo prolijamente ordenada, se extendía una habitación en perfecto desor­den, con la mochila de Chloe destripada sobre la cama y la ropa esparcida aquí y allá, mientras que, revuelto entre las sábanas, yacía roto el estuche rojo con la fotografía de su hermano Eddie. Sin embargo, si ese mismo curioseador de ventanas se hubiera asomado sólo unos minutos antes al interior de la alcoba, entonces habría sido testi­go de una escena aún más extravagante. Habría visto a Chloe pasear de un lado a otro de la habitación, como una niña enrabietada, mientras descubría el contenido de la libreta y luego rebuscaba en su mochila hasta en­contrar la foto de su hermano, como si quisiera confron­tar un objeto con el otro, con tal furia que se diría que am­bos, foto y libreta, eran los culpables de una traición o, peor aún, de un asesinato estéril.

Pero no hay ningún espectador curioso asomado a las ventanas de Las Lilas, sólo hay una cucaracha sobre el felpudo de la entrada, que mueve las antenas de un modo sabio, como si comprendiera las razones que mue­ven a los seres humanos. Aunque ¿quién puede com­prender realmente los secretos mecanismos que impulsan las acciones de las niñas caprichosas?, ¿por qué éstas llegan a creer que se puede modificar el destino de aque­llos que han muerto antes de tiempo?, ¿por qué piensan que los muertos jóvenes, tarde o temprano regresan a este mundo para completar la parte de sus vidas que quedó trunca? Son muy pocos los que llegan a com­prender pensamientos tan irracionales y, sin embargo, nada impide que estos mecanismos existan y sean los res­ponsables de que Néstor se encuentre ahora dentro de una mortaja dorada camino del cementerio, mientras Chloe observa la escena y sonríe.

—Bien merecido lo tienes, viejo idiota —dice la niña—. «Y mil veces que me encontrara en esa situación, mil veces haría lo mismo», piensa, al tiempo que recuer­da, con el placer estético que produce ser el autor de una obra de arte o de un crimen perfecto, los detalles de lo ocurrido en la cocina la noche anterior.

Con el lápiz aún en vilo, como si estuviera eligiendo la parte de una historia perversa que se dispone a contar a un público inexistente, Chloe descarta la primera par­te de lo sucedido la madrugada anterior, cuando oyó a Néstor silbar dentro de la cámara de frío. La niña prefie­re recrear lo que sintió un poco después, mientras se afa­naba en encontrar en la mirada oscura de su hermano sobre la superficie del espejo de la cámara una idea, un mensaje, la clave para retenerlo junto a ella. Chloe re­cuerda cómo fue tomando forma la certeza de que la única posibilidad de revivir la memoria de un muerto era completando lo que él deseaba hacer cuando estaba vivo. Una idea fácil y obvia, que fue ampliándose a medi­da que se miraba en el espejo. Eddie, el último día de su vida, se había montado en una moto porque tenía la rayadura de querer ser escritor y necesitaba «vivir a doscientos por hora, tener experiencias, cometer un asesi­nato, tirarme a mil tías, qué se yo, Cloclo, tú eres dema­siado pequeña para comprenderlo».

Y cuando ella le había preguntado qué pasaría si des­pués de un tiempo no se hubiera atrevido a hacer nin­guna de esas terribles cosas para obtener las experiencias que buscaba, él había respondido: «Entonces, Cloclo, no tendré más remedio que robarle su historia a otro.» Eso había dicho su hermano Eddie, pero no llevó a cabo sus planes, porque se había ido para siempre, de­jándolo todo a medias.

En cambio, aquí estaba ella ahora, la pequeña Chloe, la niña Cloclo, con los mismos años que tenía Eddie al morir, dispuesta a hacer todo lo que a él no le había dado tiempo. Ella no planeó lo sucedido la noche ante­rior en la casa de Las Lilas, tampoco tenía nada contra ese cocinero de bigotes en punta que atesoraba una li­breta en la que, según sus propias palabras, guardaba un montón de escándalos y secretos de los que había sido testigo; en resumen: un montón de historias tomadas de la vida real que son mucho más crueles y perfectas que las que pueda inventar escritor alguno.

«Ya te abro, viejo imbécil, ya voy», había dicho. Pero al abrir la puerta para socorrerlo Néstor estaba allí en el suelo con esa misma libreta, como ofreciéndosela, mien­tras su hermano los miraba. Y Chloe ya no pensó en otra cosa más que en ayudar a Eddie a cumplir su sueño. Por eso tuvo que arrancársela de la mano: ahí era donde es­taban todas las historias de amores y crímenes que a él tanto le habría gustado escribir.

La ocasión se le había presentado sin buscarla, y aprovecharla fue fácil. Justificarse ante sí misma por lo que acababa de hacer... cerrar para siempre la puerta... hacerse la sorda... soсar con Eddie... esperar a que el frío acallara definitivamente los gritos del cocinero... y luego subir a su habitación, como si nada hubiera suce­dido... todo había resultado muy fácil. Ahora se daba cuenta de que en realidad ella, la hermana pequeña, había triunfado precisamente donde fracasó su herma­no, porque al cabo del tiempo iba a poder cumplir el Destino que la muerte le había arrebatado. «Los muer­tos jóvenes siempre se las arreglan para regresar a este mundo y completar su destino», le había dicho la seсo­rita Liau Chi, y Chloe se lo había creído. ¿O acaso no era cierto que ahora tenía en su mano lo que él salió a buscar el día de su muerte?

Pequeñas infamias, ése era el título que Néstor había dado a la recopilación de anécdotas que estaba escri­biendo. Seguramente se trataría de historias escandalosas, infamias inconfesables y terribles, con las que ella podría cumplir la rayadura de Eddie de ser escritor de vi­das ajenas.

Por eso, sin verificar el contenido de la libreta, la noche anterior Chloe se había ido a dormir tranquila, a fingir que no había pasado nada, a fingir, incluso ante ella misma, porque ésa es la mejor manera de engañar a otros.

Chloe Trías, sentada ahora ante la ventana, recuerda todas estas cosas y también algo mucho peor, ocurrido hace sólo unos minutos, cuando había abierto su tesoro. Porque ¿qué coño guardaba realmente el maestro de co­cina dentro de su libreta de hule?

Como si le resultara imposible concebir tanta mala suerte, Chloe relee su contenido:

La infamia de una mousse de chocolate... el secreto de una perfecta isla flotante... —hay que joderse—, el escandaloso sabor de un sorbete de mango...

Mira hacia afuera. Por la ventana aún alcanza a ver el cortejo fúnebre que ya se acerca a la salida de Las Lilas. La claridad del día le parece otra burla, y busca con la vista el cadáver de Néstor, pues siente ganas de gritarle algo obsceno a ese cocinero tramposo. Incluso llega a abrir la ventana. Pero al final renuncia. Es inútil malde­cir a los muertos, y prefiere volver a hojear la libreta, como esperando que algún sortilegio le conceda la gra­cia de encontrar algo distinto de lo que había visto antes. Pero las pequeñas infamias culinarias que el cocinero había escrito con letra redonda y perfecta siguen allí, to­zudas. Un asesinato inútil, otro sueño roto.

Dentro de poco, Karel vendrá a llamarla para aban­donar la casa de Las Lilas. Ella tendrá que recoger su ropa y guardar todo en la mochila. Dejará atrás otro capítulo de su vida y volverá a estar sola. Como siempre —se dice—. Y sin embargo, cuando se va a poner en pie, algo que acaba de ver por la ventana la detiene. Chloe se ha quedado mirando cómo un rayo de sol, el mismo que habían observado desde las diferentes ventanas los otros personajes de esta historia, juega sobre la mortaja de Néstor Chaffino. El plástico dorado brilla con el mismo destello que ha visto bailar tantas veces sobre los espejos de Las Lilas y, como si de pronto fuera capaz de sentir en sus ojos la mirada oscura de su hermano, la niña vuelve a reírse con tantas ganas como lo había hecho ante el es­pejo de la puerta cerrada de la cámara Westinghouse. Porque es cierto que la vida le ha robado cosas que ella amaba, que la ha engañado y que le ha hecho trampas. También es cierto que la suerte acaba de gastarle la últi­ma broma: cambiarle las historias con las que ella pensa­ba cumplir un sueño por recetas de cocina. Y aun así, la niña sonríe, saluda a la mortaja de Néstor: acaba de dar­se cuenta de que todavía le queda una posibilidad de ga­narle la mano al Destino. Porque ella tiene una historia que nadie podrá robarle jamás; una pequeña o, tal vez, gran infamia: su propia historia, la que ha vivido en esta casa de Las Lilas. Y al ver lo que tiene, Chloe Trías, como si fuera un muchacho soсador que acaba de cumplir los primeros veintidós años de una larga vida llena de ambi­ciones, arranca de la libreta de hule todas las páginas es­critas por Néstor. Allí, en la papelera, van cayendo cada uno de los secretos del cocinero: petit fours de sobremesa, trufas con jengibre, helados y sorbetes, hasta dejar úni­camente las hojas en blanco y la primera página en la que puede leerse:

PEQUEÑAS INFAMIAS

 

Una vez despojada la libreta de todo vestigio culina­rio, y bajo ese título escrito con la letra diminuta y re­donda de Néstor Chaffino, Chloe apunta las primeras líneas de una historia a la que piensa dar forma más ade­lante, y que comienza así:

Tenía los bigotes más rígidos que nunca; tanto, que una mos­ca podría haber caminado por ellos igual que un convicto por la plancha de un barco pirata.

 

La niña se detiene para tomar aliento y pensar cómo será el próximo párrafo de Pequeñas infamias, una novela escrita por Eddie Trías.

Y al esbozar la siguiente línea:

Sólo que no hay mosca que sobreviva dentro de una cámara frigorífica a treinta grados bajo cero: y tampoco Néstor Chaffino, jefe de cocina, repostero famoso por su maestría en el chocolate fondant, el dueño de aquel bigote rubio y congelado.

 

Chloe descubre que es muy fácil, a partir de una muerte real, de unas líneas maestras, ir tejiendo toda una historia de pasiones, infamias y mezquindades, porque las mentiras suenan a verdad cuando se apoyan en un dato verídico.

¿Y ahora, cómo podríamos continuar?, pregunta an­tes de escribir:

Y así habrían de encontrarlo horas más tarde: con los ojos abiertos y atónitos, pero aún con cierta dignidad en el porte; las uñas garfas arañando la puerta, es cierto, pero en cam­bio conservaba el paño de cocina colgado de las cintas del delantal, aunque uno no esté para coqueterías cuando la puer­ta de una cámara Westinghouse del año 80, dos metros por uno y medio, acaba de cerrarse automáticamente a sus es­paldas con un clac...

 

Pero mientras da forma a los primeros párrafos de Pequeñas infamias, la niña ignora que, sobre el felpudo de la casa de Las Lilas, una cucaracha mueve sus antenas.

Unidad 5 (Capítulo 5)

I. Gramática:

1. Traduzca las frases al español:

1. Эрнесто Тельди распорядился приготовить букет цветов не потому, что это было проявлением скорби, а скорее ему хотелось выглядеть элегантным как всегда;

2. Карел не думал, что появление господина лет шестидесяти в «Лас Лилас» может взволновать сеньора Тельди;

3. Прежде чем расстаться со всем, что имеет, с «Лас-Лилас» и этими воспоминаниями, Адела решает написать прощальное письмо мужу. Каким бы старомодным и трусливым жестом это не казалось, без сомнений, это был удобный выход из положения;

4. Карлос размышлял, что даже если у Аделы и дамы с картины разные камеи, все равно произошло поразительное совпадение, и ничего другого не оставалось, как поверить в пророчества мадам Лонгстаф;

5. Хлоя была уверена, что если бы она тысячу раз оказалась во вчерашней ситуации, то ровно тысячу раз сделала бы то же самое.

 

2. Sustituya las palabras en cursiva por las perífrasis verbales adecuadas haciendo cambios necesarios:

 

1. El inspector y el juez de guardia consideraron investigada la muerte de Néstor. Resumieron que probablemente era un accidente doméstico. Déspues de que se fueron, la cocina otra vez quedó vacía;

2. Una vez muerto Néstor, Ernesto Teldi no teme más que algo amenace su reputación. Teldi es y será continuamente hasta el fin de sus días un coleccionista reputado;

3. Karel Pligh ha traído al señor Teldi una nota del hombre que ha venido ahora mismo. Ernesto Teldi no consiguió leer su contenido al ver unas letras verdes e irregulares que parecían una hilera de cotorras sobre un alambre;

4. Adela tuvo intención de escribir una carta de adiós a su marido. Escribió Querido Ernesto e hizo una pausa porque necesitaba encontrar palabras adecuadas. Pero otra vez se detuvo. Prestó atención a sus pulgares, que de ordinario le advertían cuándo algo negativo estaba a punto de suceder;

5. Déspues de todo lo sucedido a Chloe se le ocurrió escribir su propia historia. Ya ha pensado la trama de libro futuro y poco a poco apuntaba las primeras lí­neas.

II. Vocabulario

1. Traduzca al ruso las palabras y invente las frases con ellas:

(No) reparar en

Corroborar

Tachar

Descartar

Afanarse en

 

2. Relacione la palabra del texto con su definición:

 

1. (No) reparar en

2. Corroborar

Tachar

Descartar

5. Afanarse en

 

a. Apoyar una opinión, teoría, etc., con nuevos datos o argumentos;

b. Entregarse a alguna actividad con solicitud y empeño;

c. Desechar, rechazar, no contar con algo o alguien;

d. Borrar o rectificar lo escrito con rayas o trazos;

e. Darse cuenta de una cosa, fijar en algo la atención, advertir.

 

3. Sustituya las palabras en cursiva por palabras de vocabulario:

1. La maestra ha rayado la letra incorrecta y ha corregido el error;

2. Se ha empeñado mucho para obtener aquel cargo;

3. Todos los científicos confirmaron la nueva teoría;

4. Siempre rechaza los consejos y procede a su antojo;

5. No me fijé en detalles pero a primera vista la ponencia fue bien hecha.

 

4. a)¿Cuál es el significado de las expresiones siguientes?

ü Dar alas;

ü En vilo

b) Recuerde los fragmentos del texto donde se utilizan esas expresiones y dé sus propios ejemplos adecuados donde las expresiones sean oportunas.

 

III. Contenido y análisis

1. Conteste a las preguntas:

1. ¿Qué concluyó la policía sobre la muerte de Néstor?

2. ¿Cómo se comportaban los habitantes de Las Lilas después de lo sucedido?

¿Qué sentía cada uno en el interior?

3. ¿Ha logrado Carlos García encontrar respuestas a las preguntas que rondaban su cabeza?

4. ¿Qué impidió a Chloe salvar a Néstor?

5. ¿Chloe sentía lástima o culpa por lo que había hecho?

 

2. Busque la información:

ü En el capítulo se menciona el famoso apellido Thyssen. ¿Por qué? Encuentre la información sobre esta familia y diga, qué importancia tiene para España.

 

3. Comente las frases siguientes:

ü Los cadáveres de los amigos jamás se parecen al amigo desaparecido, mientras que todos los cadáveres son idénticos entre sí;

ü Para que pervivan los recuerdos es preferible no confrontarlos con la escena final de una vida.

 

4. Enumere los recursos estilísticos y explique el fin de su uso:

ü Teldi era y seguiría siendo hasta el fin de sus días un coleccionista reputado, alguien incuestionable... Su inseguridad de la noche anterior ahora le parece muy lejana, tan lejana como la amenaza de que su reputación se hubiera visto en peligro por la presencia de ese cocinero que ahora yace dentro de una mortaja de plástico dorado. Todo aquello, sus temores, sus sudores fríos, incluso las ideas terribles que habían pasado por su cabeza en tan pocas horas, le parecían ya una pesadilla antigua. Tan antigua e inofensiva como los gritos que poblaban sus sueños;

ü Qué manera tan conveniente de solucionarse todo —sonríe Teldi—. Si creyera en instancias superiores pensaría que había recibido la ayuda de algún dios burlón con un encomiable sentido de la estética. Pero Ernesto Teldi no cree en dioses, ni siquiera en los burlones con sentido estetico, sólo cree en sí mismo, y por eso ha mandado un ramo de flores al difunto, para congratularle —para congratularse— por tan feliz (y razonable) desenlace.

La discusión final



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